Tom Busby era un canalla, uno de esos que pasan más tiempo
borrachos que sobrios y se ganan la vida robando, estafando y engañando. A
pesar de estas “cualidades” personales, o tal vez haciendo uso de ellas, logró
enamorar a la belleza local de Kirby Wiske (Yorkshire), y se casó con ella aun
contando con la tenaz oposición del padre de la muchacha, quien meses después
de la boda todavía no perdía la esperanza de recuperar a su hija de las garras
de semejante villano.
Una noche, tras regresar de la taberna, Busby entró en casa
y se encontró a su suegro esperándole sentado tranquilamente sobre su silla
favorita, una vieja silla de roble con respaldo alto. Montó en cólera al oír
cómo el padre de su mujer le comunicaba que aquella misma noche tenía la
intención de llevársela con él de regreso al hogar familiar. Sin miramientos,
lo cogió de las solapas y lo arrojó a la calle.
Probablemente Busby se encontraba muy ebrio. Tras darle
vueltas de forma obsesiva a la idea de que su suegro no cejaría hasta
arrebatarle su mujer, se dirigió a la casa de este, irrumpió en ella y lo
asesinó, dicen que estrangulándolo con sus propias manos. Busby fue detenido,
juzgado y condenado a morir en la horca. La sentencia se ejecutó en un lugar muy
próximo a donde la pareja había vivido. Corría el año 1702.
En la actualidad, la casa de Tom Busby es una taberna que,
en su honor, se llama “The Busby Stoop Inn” y que lleva muchas décadas abierta.
Se dice que su fantasma puede verse algunas veces paseando por ella, con la
soga todavía al cuello, y que una vieja silla conservada allí hasta finales de
los años 70 es la suya y está maldita. Cuentan que mientras lo arrastraban a
los calabozos, Busby juró que cualquiera que se sentase en ella moriría al poco
tiempo de una tan forma repentina y violenta como él. Y, según afirman, la
maldición ha venido cumpliendose desde hace casi tres siglos.
A la silla se le atribuyen más de sesenta víctimas, aunque
estas siempre podrían explicarse por la casualidad. Entre ellas se cuenta un
piloto de la RAF muerto en combate; un automovilista fallecido a causa de un
accidente de tráfico; un autoestopista atropellado tras salir de la taberna…
Estas personas murieron después de sentarse en la vieja silla del Busby Stoop
Inn, dentro de un plazo que va de minutos a meses. En principio nada anormal,
más allá de la coincidencia.
No obstante, el propietario de la taberna durante los años
70, Simon Theakston, afirmaba estar convencido de que la maldición era
auténtica, y consideraba que durante los últimos 200 años se habían producido
demasiadas muertes relacionadas con la silla como para tratarse de una
casualidad. En 1978 decidió deshacerse de ella entregándola al Thirsk Museum,
en donde se exhibe desde entonces, sujeta por cadenas al techo de una sala para
que de esta manera nadie pueda sentarse en ella.
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